Recuerdo perfectamente el día en
el que me colocaron un fusil entre las manos. Yo no sabía lo que era, pero me
enseñaron a usarlo. Ese día me despojaron de toda la libertad con la que un
niño de diez años podía soñar. Yo quería ser médico y ayudar a la gente. Pero
me hicieron cambiar mis sueños. Recuerdo perfectamente el día en el que maté a
un hombre, la sangre corría por mis manos como si fuera un río. Pero no me
importó, porque me habían enseñado que esa era mi obligación. Me enseñaron a no
sentir pena, ni lastima, ni amor, helaron mi corazón y lo hicieron de piedra.
Cada día me advertían que el enemigo llegaría tarde o temprano y que yo debía
de estar preparado, y lo estaba. Mis generales invadían pueblos, secuestraban a
niños y violaban a las mujeres. Yo observaba como hacían dinero de aquello. Y
yo, en silencio, miraba y aprendía. Porque en mi pequeño pueblo no se podía
aspirar a nada más. Nunca he asistido a la escuela, pero la verdad es que no me
ha hecho falta, la vida me ha enseñado todo lo que tenía que saber. Yo no temo
a la muerte, temo a la vida, a estar vivo, porque cuando muera estaré en paz.
Me enseñaron a estar dispuesto a sacrificar mi vida por mis ideales, y eso
hago. Siempre me ha gustado escribir, ahora lo hago porque lo necesito, estoy
al filo de la muerte entre las trincheras, rodeado de mis amigos, pero la
mayoría de ellos han muerto por una bala mal parada, esta guerra me está
matando. No tengo descanso, aunque tampoco tengo tiempo para sufrir. La guerra
saca lo peor de las personas. Sé que esta noche voy a morir, pero así podré
alejarme de este mundo cruel. No quiero seguir luchando, estoy cansado de
matar, sólo tengo 23 años, y yo sólo quería conocer mundo. Nunca he salido de
este infierno, mi pueblo siempre ha sido mi prisión y mis generales mis
carceleros. Espero que si alguien encuentra mi cuerpo, y mi historia, que luche
por la paz, que no luche por en una guerra sin sentido, donde todos, vencedores
y vencidos son derrotados.
Malik murió aquella noche, entre
balas y lágrimas, una noche de sueños rotos y de almas en pena. Imaginad un
mundo sin guerras, tanto esta historia como la de muchos otros no hubiera
ocurrido. Muchas personas habrían dejado de sufrir, muchas madres dejarían de
ir a los cementerios para visitar a su joven hijo que descansa bajo tierra,
muchos de nuestros abuelos no estarían enterrados en una fosa común. Las
personas no nacemos odiando, deben de enseñarnos, el ser humano es bueno por
naturaleza. ¿Por qué contradecir a la madre tierra? En un mundo sin guerras, no
existirían las armas, y los niños soldado no tendrían que aprender a usarlas. Las
guerras pueden acabarse, sólo, si nosotros queremos.
Entre todos tenemos en nuestras
manos el mundo. Un mundo que estamos destrozando, por la ignorancia, la
avaricia y el miedo, la cultura te da la capacidad para que nadie te manipule.
No tenemos que tener miedo a lo desconocido. La diversidad nos enriquece,
complementa nuestras almas. Ser distintos nos enseña a amar. Todos somos
humanos, habitantes de la tierra, no importan las razas ni las clases sociales,
¡ni la misma nación! Ni la religión. Cuando nos quitemos esta venda de los
ojos, nos daremos cuenta de que nada importa, de que solamente hay amor en las
personas, un amor inmenso que tenemos que compartir. Debemos tratar a todo el
mundo como si fuera parte de nuestra familia. Tratarlos con delicadeza y
ponernos en su lugar. Estamos aquí para dejar huella. Seamos valientes, tenemos
la oportunidad de cambiar muchas cosas. Nuestro corazón tiene que calmarse,
debemos enseñarle a respirar. No nos falta la fuerza, nos falta la voluntad.
Solamente tenemos que unir nuestras palabras y luchar por nuestros derechos,
luchar por la paz. Para que ningún niño pase hambre, para que ningún niño pase
frío, para que no se sientan solos y desgraciados, para darles felicidad y
recuerdos, para que puedan ser escolarizados. Pero la paz no sólo es esto, la
paz es un mundo sin violencia de género, sin violencia animal, un mundo
tranquilo, respetuoso y generoso, un mundo donde no ocupe el miedo en su gran
mayoría, un mundo que llore de alegría y no de tristeza, donde la igualdad nos
una y donde la palabra ‘diferente’ no exista. Yo deseo un mundo en el que las
personas no mueran de hambre, en el que tengamos nuestras consciencias
tranquilas, en el que el telediario no esté lleno de desgracias. Porque somos
nosotros, aquí y ahora, los que podemos empezar a cambiar el mundo. Poco a poco
se consiguen las cosas. Tenemos que luchar con sonrisas, con la oratoria y con
caricias. Y dejar las armas, los malos tratos, y las guerras guardadas, para
que con el tiempo, al no usarlas y nadie las recuerde, desaparezcan de nuestro
mundo.
Una vez dijo un hombre: “Hemos
aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir
como hermanos”