A esas mujeres las condenaban con acusaciones delirantes, pero también por mostrar independencia o tener conocimientos prohibidos para ellas. DOMINGO
25 DE SEPTIEMBRE DE 2016
HACE
POCO visité las cuevas de Zugarramurdi (Navarra). Un lugar muy bello; y, al
mismo tiempo, un espacio manchado por la intolerancia y la irracionalidad.
Aunque es posible que nunca se celebrara una sola reunión de brujas en esas
cuevas. Los akelarres a los que están asociadas forman parte del
delirio de los inquisidores, que probablemente inventaron las orgías demoniacas
y las localizaron arbitraria pero escénicamente en ese sitio (es un decorado
formidable para un cuento de terror). En cualquier caso, las cuevas
impresionan; e impresiona aún más el cercano museo de la brujería, que narra la
historia espeluznante del proceso de Logroño.
Todo
ocurrió entre 1608 y 1612. Unos pocos vecinos de la zona de quienes se
rumoreaba que practicaban la brujería confesaron y pidieron perdón en la
parroquia. Con eso hubiera bastado, como había sucedido en ocasiones
anteriores. Pero alguien avisó a la Inquisición y aquello se convirtió en una
pesadilla. Los inquisidores, gente todopoderosa y supuestamente sabia para los
humildes campesinos, llegaron al lugar y amenazaron, interrogaron, difundieron
la idea del peligro demoniaco y consiguieron desatar una epidemia de
alucinaciones colectivas. Quienes denunciaban a un vecino como brujo se
salvaban de las torturas, del maltrato, del encierro en las crueles mazmorras
de la Inquisición en Logroño. Un viento de locura recorrió el valle; las
denuncias se multiplicaban, algunas mentirosas e interesadas, otras producto
del delirio reinante. Los niños soñaban que los brujos los raptaban de sus
camas para hacerlos participar enakelarres, y al día siguiente señalaban frente
al inquisidor al vecino que habían visto en sueños. Las familias, aterradas,
pasaban las noches dentro de la iglesia para evitar que las brujas se llevaran
a sus hijos. Quebrados por el tormento y por la cárcel, ofuscados por su propia
alucinación, 7.000 individuos confesaron ser brujos, entre ellos 1.384 niños.
En Logroño fueron quemadas vivas 6 supuestas brujas; 13 personas murieron por
el maltrato en las mazmorras, y la inmensa mayoría de los procesados, aunque
sobrevivieron, quedaron psíquica y físicamente destrozados para siempre.
"INDEPENDIENTEMENTE
DE LA IDEOLOGÍA DOMINANTE, SIEMPRE HAY GENTE HONESTA CAPAZ DE DISTINGUIR EL
BIEN DEL MAL"
Lo
más curioso es que quien puso fin a este horror fue otro inquisidor, Alonso de
Salazar y Frías, un hombre justo de claro raciocinio que desde el principio
consideró que no había pruebas para acusar a nadie. Peleó durante años contra
todos, reunió una infinidad de documentos y al cabo consiguió que, en 1614, la
Suprema de la Inquisición se excusase por los graves errores cometidos en
aquella persecución. Lo que demuestra que, independientemente de la ideología
dominante, siempre hay gente honesta capaz de distinguir el bien del mal. “No
hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir
de ellos”, declaró el sabio Salazar y Frías.
Zugarramurdi
es el epicentro del mayor proceso contra la brujería en España. Pero en Europa
las persecuciones fueron aún mucho peores. Y las víctimas eran sobre todo
mujeres. Hay un libro maravilloso, Brujas, comadronas y enfermeras, de Barbara
Ehrenreich y Deirdre English (La Sal), que explica cómo las aterradoras cazas
de brujas en Europa de los siglos XV y principios del XVI quizá fueran una
respuesta represiva a la efervescencia humanista y liberal del Renacimiento.
Hubo miles de ejecuciones en Alemania, Italia, Inglaterra y Francia; el 85% de
los reos abrasados vivos por brujería fueron mujeres de todas las edades,
incluso niñas. Había pueblos alemanes que ejecutaban a 600 personas cada año.
En Toulouse, 400 mujeres fueron achicharradas en un solo día. Hay autores que
hablan de millones de muertes. A esas mujeres las condenaban con acusaciones
delirantes, como la de tener relaciones sexuales con el diablo, pero también
por los pecados de administrar anticonceptivos a otras mujeres, hacer abortos o
dar drogas contra el dolor del parto. O sea, por tomar el control de sus vidas,
por mostrar cierta independencia y por tener unos conocimientos médicos que les
estaban prohibidos, porque las mujeres no podían estudiar. Las brujas fueron
unas pioneras del feminismo, y las quemaron. Honor y recuerdo para ellas.
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